CUÉNTANOS SOBRE TU EXPOSICIÓN:
Durante los últimos seis años he estado estudiando el simbolismo del color. Estudié fachadas y anuncios pintados a mano en los vecindarios mexicanos y latinoamericanos, murales comu-nitarios, y los interiores pintados de los hogares y negocios mexicano-americanos y los objetos dentro de ellos. A través de estos gestos físicos y efímeros, creamos nuestros propios universos en dónde habitar– espacios que son necesarios para sobrevivir.
Asimilarse dentro de la cultura estadounidense es peligroso, condicional, y no está disponible para todos los mexicanos que viven en los Estados Unidos. Algunos mexicanos pueden pasar por blancos, mientras que otros están marcados por su fenotipo. Al asimilarnos dentro de la cultura estadounidense mainstream, los mexicanos frecuentemente replican la opresión estructural de otros grupos. A mí lo que más me interesa es un concepto de identidad que es complejo, uno que es casi imposible contener dentro de los parámetros del lenguaje. Para intentar comunicar este concepto, mi obra vacía toda representación directa y muestra solamente colores y formas– una abstracción de los significantes visuales, paisajes, labor y colores con los que crecí.
Creo que el color en sí es simbólico. El uso del color en este país es parte de una jerarquía de gusto– una que puede decidir si ciertas combinaciones de colores son nacas o vulgares. El color puede ser utilizado como arma contra ciertos grupos raciales y culturales para devaluar su relevancia y, finalmente, su existencia. Al mismo tiempo, uno puede considerar los conceptos de pureza y neutralidad que se le asignan a algo tan benévolo como el color blanco. Considero mi uso del color un intento por desestabilizar una rígida jerarquía de gusto al trabajar con combinaciones de colores que han sido racializadas o exotizadas y devaluadas.
Los murales principales en el espacio ilustran la violencia del modernismo y el peligroso viaje del capitalismo aspiracional (EL Capitalismo Aspiracional) (nota: el mural amarillo con las escaleras), y el espacio tenso entre fronteras (Nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó) (nota: el mural rosa y rojo).
Además de mis obras, he invitado a compartir el espacio conmigo a dos artistas más que tienen lazos culturales y geográficos. Flor Ameira y su familia son de Chihuahua, México, de donde también viene mi familia. Ella vivió en El Paso, donde también pasé gran parte de mi vida. Eric nació y creció en El Paso donde yo crecí. Tanto Eric como Flor tienen ascendencia mexicana y nos interesan conceptos similares en cuanto a identidad, pero abordamos el tema desde ángulos muy diferentes.
Finalmente creé este espacio para que se sintiera como un hogar, lo cual para mí no es una estructura física, sino un sentimiento de familiaridad lleno de sentimientos complejos.